17 de noviembre de 2011

De color ceniciento .

Era la víspera del Gran Baile Real. Mi hermana y yo estábamos emocionadas con la idea de conocer al príncipe, al apuesto príncipe que estaba en la busca de una esposa. Nuestra madre estaba, quizás, todavía más intranquila y nerviosa que nosotras. Soñaba con la idea de que una de nosotras desposase al hijo del Rey, pero no era tan sencillo como parecía. El príncipe aspiraba a una bella mujer, inteligente y educada, y a pesar de los exquisitos modales que mi madre me enseñara desde mi infancia, era muy difícil que yo fuese la ‘’elegida’’, por mucho que insistiese ella.
La gran noche, tanto mi hermana como yo, estábamos vestidas, perfumadas, enjoyadas y peinadas, pero nos faltaba algo. A vista de nuestra madre nos faltaba algo, aunque para mi, por muy egoísta, prepotente, creída y presumida que aparentase, no era así. Sólo mi madre y hermana tenían esa mentalidad y personalidad.
      - ¡Cenicienta ! – Gritó mi madre.
Después de llamarla tres veces más y ver que no respondía, nos dirigimos a su habitación. Ellas preocupadas por si se hubiera escapado de casa con algunas pertenencias nuestras. Yo, preocupada por si le había pasado algo.
Al llegar a su alcoba, la sorpresa de mi hermana y de mi madre fue grande, pero todavía mayor al ver que tenía incrustados en su artesanal vestido algunos de nuestros abalorios. Mientras ellas iban directas a ellas como leopardos  a su presa, yo me quedé en la entrada, viendo como el vestido de mi hermanastra iba perdiendo color y alegría. Observando cómo su sonrisa que decoraba su perfecta cara se tornaba preocupada y triste.
    - ¡Anastasia! ¡Vamos! ¡He encontrado un lazo que le va genial a tu peinado! – Dijo mi madre con entusiasmo, mientras enroscaba en mi trenza un precioso lazo azul de seda que hace apenas 1 minuto recogía la rubia melena de la bella Cenicienta en un delicado moño.
Nos fuimos al baile en la carroza, soportando los comentarios de mi hermana a mi madre.
   - ¿Estaré guapa? ¿Le gustaré al príncipe? ¿Seré su esposa? – Repetía mi hermana tantas veces como pudiera.
Mientras nos íbamos, logré escuchar como los lloros de Cenicienta estaban siendo calmados por una viejecita con una varita mágica en la mano derecha. Vi un haz de luz imperceptible por mi hermana y mi madre, que estaban ocupadas en otros asuntos, parloteando sobre cosas y más cosas sobre el príncipe.
Sonreí triunfante, sabiendo que Cenicienta iba a tener, por lo menos una noche, la recompensa, a todos los años de trabajo y de criada.
Se lo merecía, por mucho que dijesen mi avariciosa y creída madre y presumida y egoísta hermana.   Ella se lo merecía.

3 comentarios:

  1. Hola Lady Cadmen!
    Me ha gustado tu relato, la verdad es que aquella madre egoísta y aquellas hermanas solo preocupadas por si les gustarían al prícipe son despreciables. Me gustó también el enfoque de chica humilde que le das y a la vez de crítica hacia la demás gente que no se preocupa por los aspectos importantes de la vida y que no trabaja. La verdad es que me pareció de lo más bonito. Espero que dentro de poco escribas uno romántico. Pero mientras seguiré disfrutando de los magníficos relatos que escribes.
    Recuerdos desde mi mundo romántico.
    Tom

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  2. Muchas gracias Tom Hematoma. Me alegro de que disfrutes con mis relatos. No te preocupes, los relatos románticos siempre están en mi mente, me gustan mucho. Un día dejaré que salgan de la jaula de mi cabeza. Un saludo. Lady Camden .

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  3. Quién iba a pensar que una de las hermanas de Cenicienta era buena y, en secreto, estaba de parte de Cenicienta. A pesar de su falta de confianza en sí misma y de que el príncipe prefiriera a su hermanastra, seguro que esta discreta narradora era bella, inteligente y educada. Por lo menos en su interior.
    Un saludo, Lady.

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